Cuando no podía escribir, decidí rescatar mis palabras

Hace cuatro años, me encontraba en uno de esos momentos donde todo se rompe un poco por dentro… y también por fuera.
Mi perrita, compañera de vida durante 15 años, murió en plena pandemia. Con su partida, la casa se volvió más silenciosa. Estaba sola, con emociones encontradas, y en vez de dejarme caer, decidí canalizar esa energía hacia algo que también pedía vida: mi patio.
Durante años lo había cubierto con grava porque mi labrador, juguetona como ella sola, llenaba de tierra la casa. Pero al quedarme sola, algo en mí necesitaba reconectar con lo vivo, con lo que florece. Así que comencé a levantar piedras, remover tierra, sacar composta desde el fondo del patio… y poco a poco, el jardín renació.
Fue mucho trabajo físico. Muchísimo. Y lo curioso es que no me lastimé durante todo ese esfuerzo rudo, sino al final, cuando el jardín ya daba sus primeros frutos. Me tropecé con mi propio pie mientras arrancaba una hierba… y me rompí la muñeca derecha.
Soy diestra. No podía escribir, cocinar, ni siquiera abrir frascos. Al principio sobrevivía comiendo semillas y nueces, porque era lo único que podía manejar. Pero aún así, decidí no quedarme quieta.
Aunque no podía escribir, sí podía rescatar mis antiguos escritos.
Desde mi celular, comencé a grabar mi voz. Corregía con una sola mano, editaba con aplicaciones sencillas, y subía los videos a YouTube. Mi computadora también estaba fallando, así que todo fue hecho con lo que tenía al alcance. Sin perfección. Sin equipo. Solo yo, mi voz, y mis palabras rescatadas.
Hoy, varios años después, quiero volver a esos videos. No para encasillarlos en una sola categoría —porque son diversos, como todo mi camino—, sino para darles espacio, transcribirlos, y dejar que encuentren su lugar poco a poco. En diferentes secciones. En distintos contextos.
Este texto forma parte de ese proceso.
Es una nota más en mi bitácora.
Un recordatorio de que incluso cuando no podía escribir… mi voz encontró la forma de salir.