El Padrecito: voz de trueno y sermones inesperados

by | Mar 4, 2025 | Blog, Historias del Ocaso: Entre la Fe, el Absurdo y una Mirada que No Encaja | 0 comments

Aquí en el hogar , donde las señoras rezan el rosario y van a misa más de una vez por semana, hay alguien que ya es parte del paisaje: el Padrecito de las misas.

Es un señor mayor, 89 años, voz de trueno sin necesidad de micrófono y una energía que sorprende, porque todavía viene manejando su coche… a veces. Otras veces lo traen, pero lo cierto es que sigue en pie, fuerte y con una presencia que se siente. Cuando dice “buenas tardes”, todo el mundo lo escucha, hasta los que no estábamos en misa.

Pero este Padrecito no es solo el que oficia aquí, sino que tiene su propio ejército. Dirige un centro de rehabilitación para alcohólicos y drogadictos, y muchos de los hombres que trabajan en el hogar vienen de ahí. No es que tuvieran muchas opciones, pero aquí están. Son los que hacen los trabajos rudos, los que cargan, los que sirven, y los que están bajo el pie de las monjas (que, aquí entre nos, no son precisamente la imagen de la humildad).

Un sermón que no perdona

Si hay algo que el Padrecito hace bien, es poner incómodo a todo el mundo. Sus sermones no son una charla relajada sobre el Evangelio, sino más bien un examen sorpresa donde nadie aprueba. A las monjas, a las señoras, a las más letradas… a todas las deja sin palabras con preguntas que, de alguna forma, siempre están mal contestadas. Así que ya se sabe: mejor callarse y esperar a que él mismo dé la respuesta correcta.

Pero no todos disfrutan su estilo. Para algunas, sus misas son rápidas, sin sentimiento y casi automáticas. Otros esperaban que, por su historia ayudando a tantas personas, transmitiera más emoción. Pero no. Habla fuerte, directo, sin pausas y sin mucho entusiasmo, como quien está apurado.

Y lo curioso es que, en vez de hablar del Evangelio, a veces sus sermones terminan en relatos de sus viajes a Europa, anécdotas familiares o recuerdos de otros tiempos. Más de una vez he escuchado a las señoras preguntarse:
“¿Y esto qué tiene que ver con la misa?”

Pero claro, hay quienes lo adoran, no por lo que es hoy, sino por lo que fue.

Entre la admiración y el escepticismo

El Padrecito tiene su club de fans, las que lo adulan y lo consienten. Siempre hay quien le da un dinerito para las galletas, para la harina, para “sus necesidades”. Y en Navidad le regalan un sobre bien gordito con la cálida petición de:
“Pero por favor, gástelo en usted mismo, compre algo que le guste o necesite.”

¿Lo usa? ¿No lo usa? Quién sabe.

Pero lo mejor fue cuando, en su cumpleaños, le preguntaron qué le gustaría recibir. Él, sin titubear, soltó la joya:
“A mí no me regalen camisas que no sean de Miami.”

Así, casual. Aquí en México.

El que manda a su propio equipo

Otra cosa curiosa del Padrecito es que él trae a los hombres y él mismo los pone en cintura. Si hay algún problema entre ellos y las monjas, él es quien interviene. Hubo una vez un guardia—que no era de su equipo—al que se le ocurrió negarse a lavarle el coche. Porque sí, el Padrecito le pidió que mientras él daba misa, le echara una manita al auto.

La respuesta fue un claro “Yo no trabajo para usted”, y de ahí se armó el pleito. Aparentemente, desde ese día ya no ha vuelto a pedir favores tan descarados. O al menos, no a los que no son de su grupo.

Parte de la casa, con todo y sus contradicciones

A fin de cuentas, el Padrecito es un personaje pintoresco. No es exactamente humilde, pero tampoco es arrogante. No es místico, pero ha ayudado a mucha gente. No tiene esa vibra de guía espiritual, pero sí ha hecho cosas importantes. Y aunque sus sermones se sientan más como una clase de historia personal que como una misa, lo cierto es que su presencia es parte del hogar.

Aquí sigue, con su voz de trueno, sus historias interminables y su extraña mezcla de autoridad y carisma que hace que a veces me caiga bien, y a veces no tanto.

Pero de que es un personaje que deja huella, lo es.

y tu, conoces a un padrecito así de pinteresco?

Te leo en los comentarios