La Monja Turbo: Amargura en Velocidad Máxima

by | Mar 5, 2025 | Blog, Historias del Ocaso: Entre la Fe, el Absurdo y una Mirada que No Encaja | 0 comments

Si la velocidad tuviera hábito, llevaría el suyo. Si la amargura tuviera turbo, estaría estampado en su pecho como un escudo de guerra. Ella es la Monja Turbo Amargada, la capataz del “Hogar de la experiencia”, la reina indiscutible de los pasillos y la experta en reprender a quien se cruce en su camino… aunque sea solo para pedirle la hora.

Hace años, cuando llegó, parecía un corcel desbocado, una yegua recién liberada del corral. Se reía con carcajadas escandalosas que retumbaban en los muros, pegaba de brincos en las festividades y, dicen las malas lenguas, hasta suspiraba por el jardinero guapo (pero flojo) que llegó recomendado por el padrecito. ¡Ah, cómo cambian los tiempos!

Hoy, su risa es un eco lejano y ha cambiado los brincos de carnaval por pasos apresurados entre los pasillos, como si siempre estuviera persiguiendo algo… o escapando de algo. Nadie sabe qué. Lo que sí sabemos es que, si intentas hablarle, debes prepararte para el enfrentamiento:

—¡Madre, quiero hablar con usted!
—¡USTED NO ME GRITE!
—Pero… no le estoy gritando…
—¡NO ME GRITE, LE DIGO!

Y ahí estás tú, parada en medio del pasillo, con cara de “¿qué acaba de pasar?”, mientras ella desaparece a toda velocidad, dejando a su paso un remolino de aire y regaños pendientes.

Es la única que ha sobrevivido a más de dos administraciones de monjas que duran lo que un suspiro en esta casa. Ella sí sabe jugar sus cartas. Aprendió que el poder no se gana con risas bobas ni saltos de alegría, sino con autoridad, gritos bien colocados y una mirada que hace temblar hasta a las más valientes cuidadoras.

Pero dentro de toda esa dureza, de esa mordacidad afilada, a veces—muy pocas veces—se le escapa un brillo en los ojos, un amague de querer volver a ser aquella novicia juguetona que alguna vez fue. Esos momentos duran menos que un suspiro, porque enseguida se recoloca el hábito, ajusta su postura y sigue su marcha… a toda velocidad.

Porque la Monja Turbo no se detiene, no mira atrás, no escucha excusas… solo acelera.

Y el resto del hogar… ¡a correr por sus vidas!