Monjas Administradoras: Cuando el habito no hace a la religiosa

En este lugar han pasado muchas monjas. Algunas han durado más, otras menos, pero en general, las administradoras son como estrellas fugaces, aparecen, brillan con autoridad y desaparecen en cuestión de un par de años… dejando tras de sí un rastro de caos y poder absoluto mientras sus “chicharrones truenan”.
Pero hoy quiero hablar de dos en particular, cuyas acciones las han hecho destacar más que cualquier otra. Ellas son las hermanas de la caridad Celestina y Evangélica que tienen nombres celestiales … ironías de la vida, porque de angelicales no tienen nada.
La primera, que estuvo hace años y regresó en 2020, es un caso de estudio. Cuando la conocí la primera vez, no tenía un puesto administrativo y llevaba un chaleco en pleno calor infernal. Decía que era una penitencia. Y bueno, cada quien con sus rarezas, pero pasaron los años y la volví a ver, esta vez como administradora, y entendí por qué siempre tenía que estar “pagando” algo. Su forma de administrar se basaba en doblegar y explotar al personal con una sonrisa. Ordenaba, oprimía y torturaba con la dulzura de una santa, pero con la precisión de un verdugo.
Ponía a empleados con años de servicio en trabajos físicos extremos hasta que terminaban lesionados. Un señor terminó con un brazo roto, otras quedaron con heridas en las manos por químicos de limpieza. Y si te tocaba ser de su desagrado, terminabas lavando inodoros hasta que te ibas por tu cuenta. Pero eso sí, ella iba a misa, se hincaba y ponía sus brazos en cruz, como si fuera la más devota.
Y luego está la segunda dictadora. Esta sí que es un espectáculo. Viste como si estuviera en la Edad Media, con un velo bien acomodado y una pechera que dice a gritos: “soy una monja, respétenme”. Y vaya que exige respeto, pero más que por su espiritualidad, por su autoridad.
Mi madre tuvo que ir a reclamar que no habían puesto las estaciones del viacrucis en Cuaresma. ¡En Cuaresma! La época más importante para el catolicismo después de la Navidad, y la monja que va por la vida vestida de santa olvidó por completo organizar el viacrucis. Pero eso sí, no olvida recordarle a los demás quién manda.
Ambas son la viva imagen del poder disfrazado de religiosidad. He conocido monjas verdaderamente espirituales, que no necesitan aspavientos ni penitencias teatrales. Pero estas dos son otra historia. Para ellas, lo importante no es la humildad, ni la misericordia, ni la fe. Lo importante es que todos las vean como religiosas, aunque sean las menos espirituales y las más crueles.
Y aquí sigo, desde este mi rincón donde veo todo sin el velo de la fe, riéndome del absurdo. Porque si algo me queda claro, es que lo que llevas puesto no define tu espiritualidad, pero sí puede ser una gran herramienta para imponer poder.
¿Conoces hermanas de la caridad tan devotas como estas?
¿Sigues dejando que el hábito vele tu percepción de la realidad? Porque aquí hemos aprendido que no todo lo que viste de santidad actúa con misericordia.
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