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El 8 que se cerró cuando ya no había palabras

by | Jul 22, 2025 | Blog, El 8 que en silencio se rompe | 0 comments

Todo comenzó con un número en la pared.
Un pequeño pedazo de plástico marcado con un 8, pegado junto al toallero de un balcón del internado.
Nunca coincidimos ahí, pero de algún modo, compartimos ese espacio en tiempos distintos, como si la vida ya ensayara lo que vendría después:
Una historia llena de encuentros a destiempo.

Fuimos muchas cosas.
Aliadas. Amantes. Desconocidas. Espejos incómodos.
Tuvimos alcobas cálidas en escapadas inolvidables.
Y también una casa compartida donde el amor se volvió rutina, y la rutina, cansancio.
Vivimos lo secreto con la urgencia de los años 90, cuando ser dos mujeres y atreverse a amar era demasiado peligroso, sobre todo si una aspiraba a ocupar espacios públicos o mantenerse dentro del mundo católico.

Nunca regresamos.
Pero sí volvimos a hablarnos muchas veces.
A lo largo de los años, la vida nos ofreció encuentros esporádicos, intensos o breves, donde pudimos decirnos lo que dolía, burlarnos una de la otra, vernos reflejadas en nuestras nuevas parejas, repetir errores y seguir intentando entender.
Pero nunca al mismo tiempo.
Nunca en la misma sintonía.
Así como nuestros horarios jamás coincidieron bajo el mismo techo, nuestras emociones tampoco.

Siempre hubo alguien que quería volver…
cuando la otra ya no estaba ahí.

El último día que la vi, ella ya no era la misma.
Pero seguía siendo ella: fuerte, luminosa, con una enfermedad devastadora avanzando sin pedir permiso.
Yo fui con ganas de decirle todo.
De hablar de una herida que me seguía quemando.
De lo que, desde mi perspectiva, aún era una traición.
Pero al verla, entendí que no era momento para eso.
Ni por ella… ni por mí.

Así que sólo dije lo que mi alma necesitaba soltar:
“Fuiste una persona importante en mi vida.”
Y ella, con una sonrisa dulce, segura, orgullosa, me respondió:
“Lo sé.”

Eso fue todo. Y fue suficiente.

Un año después, sin saberlo, sin buscarlo,
la vida me avisó que había partido.
El mismo día en que yo nací.
Un 28.

Otro 8.
El último.
Uno que no conecta, sino que cierra.
Como un ciclo que por fin se pliega sobre sí mismo y se suelta.

Hoy entiendo que no todos los lazos están hechos para durar.
Algunos existen sólo para enseñarnos quiénes somos…
y para ayudarnos, con el tiempo, a perdonar incluso lo que parecía imperdonable.