[et_pb_section fb_built=”1″ _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][et_pb_row _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][et_pb_column type=”4_4″ _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][et_pb_post_title _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][/et_pb_post_title][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section][et_pb_section fb_built=”1″ _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][et_pb_row _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][et_pb_column type=”4_4″ _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][et_pb_text _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”]
El niño con zapatos de porcelana
(Una fábula sobre la ilusión del límite y el poder de la imaginación)
Había una vez un niño que usaba unos zapatos de porcelana fina, pintados a mano con colores brillantes y delicados trazos de mariposa.
Eran hermosos.
Tan hermosos, que todos lo miraban al caminar.
Pero había un problema:
para que no se quebraran, tenía que concentrarse todo el tiempo en cómo pisaba, por dónde caminaba, cuánto peso ponía.
Sus pasos eran cuidadosos, pero su alma… soñadora.
Un día, el niño se detuvo en medio de una pradera.
Sus zapatos se habían agrietado.
—¡Oh no! —dijo mirando sus pies—.
Se han quebrado…
Un elefante que pastaba cerca lo escuchó. Era enorme, gris, viejo.
Estaba atado a una pequeña estaca con un hilo tan delgado que el viento podría haberlo roto.
—¿Qué dices, niño?
¿Te has roto los pies?
—Mis zapatos…
Son frágiles. De porcelana.
Me distraje soñando que era una mariposa,
y al intentar volar, olvidé cómo debía pisar.
El elefante lo observó con ternura.
—Yo soñé alguna vez con correr.
Pero esta cadena me impide moverme.
He luchado contra ella desde pequeño… y jamás pude romperla.
El niño lo miró, intrigado.
Se acercó al elefante, agachándose con cuidado para no romper más sus zapatos.
Y entonces lo vio.
—Elefante… eso no es una cadena.
Es un hilo.
Una cuerda vieja y delgada.
Mira bien.
Tú ya no estás atado.
Solo crees que lo estás.
El elefante parpadeó.
—Pero… siempre ha estado ahí.
Siempre me ha detenido.
—No.
Tú solo te acostumbraste a no intentar.
Yo rompí mis zapatos soñando que volaba.
Tú sigues quieto soñando que no puedes.
El viento sopló.
El hilo se aflojó.
El elefante no dio un solo paso.
Solo miró al niño alejarse, sin zapatos, con los pies desnudos,
pero una sonrisa nueva en el rostro.
A veces, los más fuertes están atados por ideas viejas.
Y los más frágiles se atreven a romperse… para poder volar.
[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section][et_pb_section fb_built=”1″ _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}” theme_builder_area=”post_content”][et_pb_row _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}” theme_builder_area=”post_content”][et_pb_column type=”4_4″ _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}” theme_builder_area=”post_content”][et_pb_post_nav in_same_term=”on” prev_text=”ir al anterior” next_text=”ir al siguiente” _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” title_font=”Montserrat||||||||” title_text_color=”#8300E9″ title_font_size=”27px” global_colors_info=”{}” theme_builder_area=”post_content”][/et_pb_post_nav][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section][et_pb_section fb_built=”1″ _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][et_pb_row _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][et_pb_column type=”4_4″ _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” global_colors_info=”{}”][et_pb_post_nav in_same_term=”on” show_prev=”off” show_next=”off” _builder_version=”4.27.4″ _module_preset=”default” title_font=”Montserrat||||||||” title_text_color=”#8300E9″ title_font_size=”27px” global_colors_info=”{}”][/et_pb_post_nav][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]